Se mantiene la constante de las propuestas de Lux Boreal sobre el uso de recursos escenográficos, ya que utiliza música, imagen y video para construir las escenas que nos van mostrando diversas cosmovisiones de nuestro tiempo.
Por Marlene Solís
El COLEF
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Ciudad que Arde es una obra coreográfica con la dirección artística de Henry Torres y las interpretaciones de Ángel Arámbula, Pamela Macías, Raúl Navarro, Ilse Meza, Melissa Padilla y Matthew Armstrong. Se estrenó en 2020, pero debido a la pandemia, hasta ahora vuelve a presentarse en distintos foros nacionales e internacionales. La obra lleva el sello de Lux Boreal y condensa la experiencia de dirección y creación coreográfica acumulada a lo largo de los veinte años de vida de la compañía, por lo que muestra un alto grado de refinamiento y complejidad.
De entrada, esta pieza podría clasificarse como una obra conceptual, ya que la idea que nos transmite llega a ser mucho más importante que los aspectos formales o estéticos de la propuesta. Además, la pieza provoca al público una sensación similar a la que se siente al apreciar los inquietantes cuadros de René Magritte: una especie de desasosiego, de desconcierto y de sorpresa.
Por otra parte, Ciudad que Arde tiene imágenes muy poderosas y trazos coreográficos cuidados y atractivos, y las escenas que se van construyendo a lo largo de la obra están cargadas de metáforas: es por eso que por momentos nos parece estar presenciando un viaje onírico. Además de estos elementos, se mantiene la constante de las propuestas de Lux Boreal sobre el uso de recursos escenográficos, ya que utiliza música, imagen y video para construir las escenas que nos van mostrando diversas cosmovisiones de nuestro tiempo.
Como en otras piezas coreográficas de la compañía, como es el caso de las cajas en Paraíso Fabril o los pianos en Lamb, encontramos un elemento que se torna en el fetiche de la obra. En Ciudad que Arde es la tela anaranjada, ya que en dos momentos ésta constituye un componente imprescindible de la escena: primero, cuando se desdobla bellamente para vestir a una de las bailarinas y transformarla así en una diosa oriental, en un proceso de metamorfosis semejante a lo que hace una mariposa; el segundo momento ocurre al final de la pieza, cuando reaparece la tela anaranjada ahora utilizada como un lienzo traslúcido que abarca todo el escenario y que nos permite ver a través de ella una figura femenina representando el espíritu de la tierra: la diosa Gaia.
Otro de los recursos de los que se echa mano son los zapatos, que se utilizan como símbolo de la identidad personal. Con la acción de despojarse de ellos se da inicio a esta experiencia surrealista centrada en la preocupación de la humanidad por la trascendencia. El ritual de entregar los zapatos es un detonador, es como aceptar el viaje, aceptar entrar en la misa, aceptar entrar en otra dimensión.
De ahí se pasa efectivamente a la recreación de una misa católica, por la dinámica de los y las intérpretes, que incluye un personaje que actúa como autoridad superior, un cura que dirige el rezo de los seguidores que adoptan una posición de sumisión y se colocan de rodillas. Así se da entrada a un recorrido por el imaginario de Lux Boreal acerca de los cultos y deidades de la humanidad.
Resulta particularmente inquietante el uso del video en tiempo real. La cámara se enciende desde el principio y se dirige a captar lo que ocurre en el escenario, lo que nos remite a la idea del panóptico, de la vigilancia propia o de una conciencia superior, quizás la inmanencia del espíritu.
Una de las escenas que me parece memorable, es cuando una de las intérpretes se vuelve a poner zapatos de tacón y es colocada en los hombros de otro bailarín desde donde nos dirige un discurso sobre la búsqueda de la perfección humana, en un asunto un tanto intrascendente como lo es cocinar galletas. De manera sarcástica se alude a lo cotidiano y a quienes hacen de su casa un templo de la perfección. Aquí el diablo se asoma, arrastrándose en el piso señalando su mórbida presencia.
El humor también está presente en varios momentos, como cuando una de las bailarinas se resiste a entregar sus zapatos, o en la distracción de uno de los querubines que bailan una pieza musical con reminiscencias prehispánicas.
Hacia el final se proyecta un video con imágenes intensas de distintos fenómenos de la naturaleza que nos sobrepasan, haciéndonos sentir nuestra pequeñez como seres humanos. El caos y el presagio del Apocalipsis se van introduciendo mediante los movimientos erráticos y rápidos de les intérpretes. En cierto punto, se deja de ver la coreografía, pues las imágenes del video que se proyectan a gran escala tienen tal fuerza que es difícil seguir los pasos en primer plano, reforzando con esta propuesta la idea de las fuerzas superiores de la naturaleza: nuestra obstinada lucha contra ella, nuestro miedo más primitivo.
El título de la obra, nos remite a la biblia, al relato sobre las ciudades de Sodoma y Gomorra, que fueron destruidas por Dios con fuego y azufre caídos del cielo. En la conclusión de la pieza, después del Apocalipsis, se hace alusión a Jesucristo y a su muerte, ahora junto al hombre, significando el fin de un concepto de Dios padre todopoderoso, el Dios castigador, para dar lugar a una deidad diferente que pervive: una diosa femenina y presente en los ciclos naturales de la vida, sugiriendo el principio de una nueva era, la era de acuario según la astrología.
Con esta pieza, Lux Boreal nos obliga a hacer una exégesis de su propio texto sobre la trascendencia humana, lo que sin duda cobra sentido en nuestro contexto de enormes retos socioculturales e identitarios frente al potencial destructivo del mundo en que vivimos.
*Imágenes: Fernanda Gutiérrez.
Muchas gracias Periódico El Mexicano - Suplemento IDENTIDAD y Jaime Chaidez por el espacio.
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